La puerta
Justo cuando toqué el timbre de tu casa me pareció verte en la ventana. Apenas abrieras te iba a decir unas cuantas verdades. Ni siquiera te podrías defender. Tenía testigos. La mamá te vio ese día con ella. Mi hermana habló con medio mundo para estar segura. Sé que vas a tener la misma cara de siempre. No moverás un músculo que te delate. Y vendrá primero la extrañeza, luego la rabia por desconfiar de ti, la indiferencia que manejas tan bien, callado y distante. Luego la sonrisa, la cercanía. Y tengo miedo de volver a perdonarte. De volver a creer. De volver a caer. Y lloro. Lloro porque me duele. Lloro porque te da lo mismo. Porque después vas a abrazarme, a buscarme los ojos, a sacarme una sonrisa, mientras prometes otra vez la misma cosa Y te pido agua. Y voy al baño, a sonarme, y arreglarme el rimel corrido, y al lado del espejo veo su ropa, y sé que ella está ahí. Escondida en tu pieza, muerta de miedo, porque sabe que estoy en tu casa, porque sabe que salí, que estoy en la calle nuevamente, que me soltaron, y sabe, yo sé que sabe, por qué me agarraron, y aunque no tuve una larga condena, porque fue en defensa propia, sabe que soy yo, la que se baja del bus, la que camina segura hasta tu casa, a tocar el timbre, y que te ve, cuando apareces en la puerta, con los brazos abiertos y la sonrisa de siempre, y me das la bienvenida.
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